Exactamente a las 21:29, la penumbra del recinto fue atravesada por un haz de luz que anunció la llegada de Epica al escenario. La primera aparición de Simone Simons, angelical y con una presencia magnética, dejó claro que la noche sería un viaje donde la majestuosidad de la música sinfónica y la ferocidad del metal encontrarían su equilibrio perfecto. La coordinación entre las proyecciones del fondo y el juego de luces transformó cada canción en una pintura viviente, colores y símbolos que dialogaban con las letras, reforzando la idea de que son un concepto visual, sonoro y espiritual.

La fanaticada respondió con devoción desde temprano y, tras “Sensorium”, un saludo del guitarrista confirmaba esa conexión visceral “son el mejor público” (Lo vamos a terminar creyendo, ah?). Aunque, tal vez, no exageraba. “Apparition” fue uno de los primeros himnos coreados a todo pulmón, pero fue con “The Obsessive Devotion” donde la locura se desató. El tema, que explora las cadenas de la obsesión y la pérdida de libertad que implica rendirse ciegamente a los propios demonios internos, levantó los primeros pits de la noche. El duelo entre la voz gutural y frenética de Mark Jansen y la interpretación lírica de Simone fue un choque de fuerzas opuestas que se abrazaban con violencia y hermosura, mientras el tecladista Coen Janssen empuñaba su característico teclado curvo, sumando teatralidad al instante.

“Arcana”, bajo luces rosadas y círculos proyectados en un loop hipnótico, fue casi una experiencia sensorial, Simone, inmóvil en el centro del escenario, parecía dirigir un ritual en medio de un vértigo cromático. En “Unchain Utopia”, con una ciudad roja proyectada detrás y una luna enorme como vigía, la banda entregó uno de sus pasajes más intensos, un llamado a liberarse de las cadenas de la opresión y de la manipulación, mensaje que resonó con fuerza en la entrega del público. Más adelante, “Aspiral” redujo la velocidad y sumió al Caupolicán en un silencio cómplice, la voz de Simone, casi a capella, sostenida por un leve teclado de fondo, hizo que miles de personas contuvieran el aliento para escuchar un susurro convertido en plegaria.

El encore trajo consigo la catarsis colectiva. En “Cry for the Moon”, Simone advirtió entre risas que “tendrán que cantar conmigo, quieran o no”, y la multitud obedeció con pasión desbordada. El clásico, que aborda la hipocresía religiosa y el costo de la represión moral, explotó en un coro gigantesco donde el “Forever and ever” vibraba en las pantallas para incitar a que nadie se quedara callado. Fue un instante de comunión absoluta entre banda y audiencia. Y como cierre, “Consign to Oblivion” transformó la cancha en un campo de batalla a pedido de Mark Jansen, la multitud abrió un enorme Wall of Death que desembocó en un circle pit que ocupó tres cuartos del recinto, mientras la canción rugía con una fuerza apocalíptica.

Vivimos la confirmación de que la banda neerlandesa no solo domina el lenguaje del metal sinfónico, sino que lo trasciende, llevando a su público hacia una experiencia en la que la belleza y la brutalidad conviven como dos caras de una misma verdad. En esa comunión de voces, luces y cuerpos en movimiento, quedó la certeza de que escriben en cada show un nuevo capítulo de su propio universo y anoche, fuimos testigos de una de sus páginas más brillantes.

Medio: iRock